A mi vera(no)

Han pasado 19 días, con sus mañanas, tardes y noches. Un número impar, que ya siento que el verano se ha instalado para quedarse. Empieza a estar en cada esquina, en cada rayo de luz que ilumina mi piel.

A veces me pregunto por qué no me gusta el verano, pero es que soy de otoño y me encanta todas y cada una de las cosas de él. No hay ni color. Hacerle la competencia al otoño, es una pérdida de tiempo.

El verano siempre nos ha cambiado. Sobretodo de niños. Recuerdo los veranos de mi infancia y casi adolescencia. El recorrido en coche, los "¿cuánto queda por llegar?". Los reencuentros con M y S. Veranos en los que se sellaban amistades, que podrían durar eternamente o quizá no. Los amores de verano. El recorrido en moto, agarrada fuertemente a la espalda de E, sintiendo cómo se me erizaba la piel y cómo una sonrisa aparecía en mi cara, hasta el punto de casi partirla en dos. Un amor de verano que quería que surgiera cada año. 

Y llegó el verano en el que supe que no habría más veranos así. En el que cambió todo. El que pasó a ser de "verano especial", a verano "normal". 

No me gusta el verano. Ya lo he comentado más arriba. Suelo pisarlo de puntillas. Intento que no me agobie, aunque a veces me asfixia y me deja exhausta como el abrazo de un amante.

Este año, le he pedido al verano que me deje ir a mi marcha, y lo estoy consiguiendo. Disfruto de ir descalza por casa, y de pisar la hierba en los jardines, sintiendo un agradable cosquilleo. Me encanta que el sol se refleje en mi piel desnuda al amanecer, y que el naranja del atardecer, nos pille sonriendo. Este verano he decidido perderme por las calles, recorrerlas sin prisas, pero sin pausas, como turista. Entrar en sus librerías locales y buscar una lectura que me llene. Saborear los mejores helados de la ciudad, el mío de menta con chocolate y el tuyo de vainilla con mango. Este año he pedido al verano que me deje perderme en miradas, en esas que hacen que se me erice la piel con sólo ver lo que están pensando. QUE SE ME ERICE DE PLACER.