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domingo, 9 de julio de 2023

Ocellum Duri

Me levanto temprano, los rayos del sol empiezan a filtrarse a través de la persiana. Va a ser un sábado entretenido. 


Carlos, Ángel y yo hemos quedado con J, que viene a pasar el día con nosotros. Tras el encuentro con él, y tomar algo cerca de Santa Clara (se nos han hecho ya casi las 13), nos dirigimos a uno de los restaurantes de Zamora, en los que la amabilidad del personal es un 10, y la comida es exquisita...Portillo Cocina a Traición. Menos mal que había reservado, porque enseguida se llenó. Antes de llegar, pasamos por la librería Octubre, y no me puedo resistir a comprar un libro que me hace ojitos, Roma soy yo, de Santiago Posteguillo y una Tote Bag para llevarlo.

Llegamos a Portillo, y la carta les deja alucinando. Son platos "raros", pero muy muy ricos. Yo me pillo unos rollitos vegetales, de primero y luego unos canelones de segundo. Siempre me dejo lo mejor para el postre. En cuánto nos dicen lo que hay, J y yo nos miramos, y decimos a la vez "tarta de queso". Mi postre favorito. Y es que en Portillo, hacen una tarta de queso que es una auténtica delicia.

Pasamos un rato estupendo, entre risas, anécdotas, sangría, más risas...Se nos hacen las mil y decidimos ir a pasear y bajar la comida. Carlos se marcha a descansar, y Ángel, J y yo, recorremos Santa Clara, hasta llegar al Castillo, de ahí a los miradores, y a la Plaza Mayor, dónde nos sentamos a tomar un café mientras esperamos a que Carlos vuelva. Estando allí se oye revuelo, empiezan a llegar coches, gente vestida para una boda, más coches, más gente, y entre ellos un señor un tanto peculiar, con un traje aún más peculiar, que parecía tener la misión de decirle a la gente por dónde tenían que entrar. En algunas mesas se escuchaban comentarios, en los que se decía que parecía el padrino. Yo creo que mucha pinta de padrino no tenía, pero quién sabe. Al final llegó la novia y todos los que estaban en las terrazas empezaron a aplaudir. Nosotros no íbamos a ser menos. Esa fue la primera novia del sábado. Ya se sabe que siendo verano, y sábado, las bodas abundan hasta en la tele.

Por fin aparece Carlos, y decide que quiere ir hasta el castillo a tirar unas fotos. Así que vuelta de nuevo al Castillo. A mitad de camino, J se despide, tiene un largo camino que recorrer y prefiere marcharse ya. Llegamos a destino, les digo de entrar y ellos prefieren hacer fotos por fuera. Yo no llevo cámara, pero siempre me gusta entrar en todo lo que sea castillos, las veces que haga falta. Me pierdo entre sus piedras, a las que escucho latir, me relajo, como siempre, y salgo. 

Carlos quiere que le haga una foto con Ángel, así que me dedico a hacerles una sesión de fotos. Y luego Ángel quiere que pose yo. A mí no me hace mucha gracia posar, prefiero mil veces estar detrás, pero por un par de fotos no pasa nada. Pasamos por la Catedral, a Carlos le encanta, pero hay algo que no le gusta nada. La gran cantidad de gente que hay en la puerta. Ya decía que íbamos a ver más novias. Se le intenta explicar a Carlos que no va a conseguir ver la Catedral vacía, pero insiste, así que hacemos tiempo yendo de nuevo a los miradores, para ver si así la gente se ha ido. 

Volvemos y aunque la boda ha terminado, hay algunos rezagados en medio de la puerta. De nuevo a esperar, y mientras unos descansan en bancos, yo me descalzo y me siento en la hierba. Me encanta la sensación que me produce andar descalza, sintiendo un cosquilleo de puro placer. Me tumbo y dejo vagar la mente. Los árboles con sus mantos crean un buen techo, que hace que el sol entre tímidamente y me roce la piel. Me podría haber quedado así horas, pero parece que la entrada a la Catedral ya se ha vaciado (bueno, quedan dos personas), así que se hacen las fotos de rigor. 



Son las siete de la tarde, y volvemos por Santa Clara, de nuevo a parar en la Plaza Mayor. Nos sentamos en la misma terraza de antes, rezando porque no haya más bodas. El monumento al Merlú está sin gente alrededor, ya es raro. Mientras espero a que nos sirvan, observo, miro, mis ojos se van hacia una cafetería, Ocellum. Ya no es lo que era.

Aquí los hombres tienen hambre, y entre ir a Los Lobos o al Viriato, votan por Viriato. Yo habría preferido los Lobos, pero son mayoría, jajaja. En el Viriato cenamos de tapas, y muy bien. No había ganas de recogerse tras cenar, por lo que fuimos a por un helado a la Valenciana. Hacen unos helados exquisitos, tanto que ya hay fila para pedir. En ella hay una señora justo delante de nosotros que intenta entrar, mira hacia delante y atrás, la noto nerviosa. En eso que me fijo que lleva un perrito, y entiendo lo que ocurre. 

-¿Quiere que me quede con el perrito mientras usted pide? 

Me mira como si hubiera visto a su ángel de la guarda. La mujer me explica que llevaba rato intentando entrar, pero que no sabía qué hacer con el perrito porque era un cachorro y le daba cosa dejarlo atado fuera. Cogí al perrete en brazos, porque era tan pequeñito que me daba cosa. Me quedé fuera. Ángel y Carlos pidieron por mí. Les dije lo primero que me salió, nata y vainilla. La menta con chocolate la dejo para otras ocasiones. Salió la mujer, me volvió a dar las gracias. Y los tres nos encaminamos a La Marina, a sentarnos a disfrutar del helado.

Pero ahí no acaba el sábado. Estuvimos a un tris de irnos de marcha, pero todo el día sin parar en algunos cuerpos hizo estragos. Así que preferimos sentarnos a tomar la última. El Benito estaba lleno, pero no queríamos andar mucho más, así que nos sentamos en uno cercano. De hecho era la única mesa que quedaba. Sábado y un día buenísimo es lo que tiene.

Carlos y Ángel empezaron a hablar. A mí me gusta escuchar y observar. Me gusta fijarme en lo que me rodea. Y observé, miré y vi. Y en ese momento volví a la conversación. No quería seguir mirando. Sólo quería estar con mis amigos. Y terminar un día en su compañía. Un día que fue muy guay. 

3 comentarios :

  1. Me alegra que lo pasases tan bien y que además hicieses una gran acción del día quedándote con el perrete para que esa mujer pudiese comprar un helado (¡es que no puede ser que no tenga helado!).

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  2. Unas fotos preciosas que ponen el broche de oro, a lo que ha sido, según dices, una jornada estupenda. Un saludo, Crisálida.

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