Hoy hace justamente un año que le dije "hasta pronto"al mar. Fue un reencuentro de un fin de semana único e inolvidable, para pasarlo en familia. Me levanté un viernes con la sonrisa dibujada en mi cara, sabiendo lo que me esperaba. Cogimos el coche y pusimos rumbo a Cambrils, un pueblecito pesquero.
A mitad de camino paramos a tomar algo, siempre lo hacemos, y además en el mismo sitio. Al salir del coche "plas", se me cayó el móvil al suelo pedregoso y se me rajó la pantalla. No me di mal, sencillamente pensé, "así podré disfrutar más, cuando llegue ya se arreglará", y eso hice. La verdad es que pasar un fin de semana sin estar pendiente del móvil es una auténtica gozada.
Cuando ya íbamos llegando, llegó a nosotros un olor inconfundible...el de mar. Sabes cuál es ese olor, no se confunde con ningún otro, al igual que cuando llueve y dices "mmm, olor a hierba mojada".
La vista del mar desde la carretera, siempre emociona, porque sabes lo que te espera. Pero nada tiene comparación a verlo desde la orilla.
Pasamos unos días irrepetibles, yendo a la playa por la mañana, a primera hora, que es cuando menos gente hay, paseando por la tarde y recorriendo las calles de ese pequeño pueblecito, que tiene su encanto (incluso entré varias veces a una tiendecita de libros, sólo por lo bonita que estaba).
Pero lo que más nos encantó fue el viaje en catamarán que hicimos. A mi madre era algo que le hacía mucha ilusión desde siempre, y en cuánto llegamos el viernes, nos informamos y el sábado fue el día que salimos a dar una vuelta en él. La sensación de flotar, esa paz que te da ir en barco, sentir la brisa, sentarte con las piernas hacia fuera...es única.
Recorrimos el puerto, donde seguimos un caminito, y llegamos hasta un faro rojo, en dónde nos esperaba su eterno vigilante, una gaviota.
Había gente pescando y no dudé en fotografiarles.
El mar siempre da bonitas imágenes, con sus tonos azules, verdes, depende de cómo lo mires, y de cómo se deje mirar él.
Lo dicho, fue un fin de semana maravilloso, un reencuentro con el mar que nos vino a todos muy bien. Volvimos con las pilas cargadas, pero las sorpresas continuarían, concrétamente cuatro días más tarde, conocí a un cachorrito de ojos marrones, que nos robó el corazón. Otro día os hablaré de él, de Zape.
Podéis ver más fotos en Flick.
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