Hace años noté que mi visión empeoraba. Todo empezó a los 35 años. Mi señora madre me dijo "eso es la edad", así que fui a la óptica y me hicieron unas gafas, pero sólo para leer. Unas gafas rojas, muy monas. Unos años más tarde, me tocó trabajar en un puesto en el que las prácticamente, 7 horas, era estar delante del ordenador, y luego llegaba a casa y tenía que estudiar para la oposición. Algo que poco a poco fue empeorando mi visión. Así que tocó pasar por el oftalmólogo e ir a la óptica. Mi visión parece que estaba cansada, y el consejo que me dieron fue que me sentara y mirara a lo ancho y largo, que estuviera un rato así, mirando hacia lo lejos, para descansar a los ojos.
Y ahora os preguntaréis, qué pinta aquí un atardecer. Pues porque no hay nada como sentarte en la arena, y mirar a lo largo y ancho del mar, contemplando un precioso cielo anaranjado. Pensar en nada o en todo. En todo lo que ha cambiado la vida en pocos años. El otro día me decía mi señora madre "has dado muchos pasos hacia delante, has avanzado tanto, pero tu mente no se ha dado cuenta".
Así que sigo los consejos de los oftalmólogos, sentada, mirando el horizonte, congelada, por la imagen que se presenta ante mi. El solo empieza a ocultarse de forma majestuosa. Se esconde sin que nadie lo pueda parar y no le importa que le miren. No lo busca ni lo evita.
Me levanto y vuelvo sobre mis pasos, sintiendo la arena bajo mis pies. Justo antes de pisar la acera me giro y entonces me doy cuenta de ese "mirar a lo ancho y largo". Significa mirar más allá, contemplar, querer ver más, imaginar lo que podría ser posible, creer que lo que te propongas se puede hacer realidad, descubrir a quién tienes a tu lado, empezar algo distinto y seguir hacia delante. Observar, contemplar, para curar la ceguera que nosotros mismos nos imponemos.
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