A veces me preguntan qué es el amor y siempre que paro a pensarlo, me cuesta describirlo. Cuando me lo preguntaron la primera vez y no supe responder, pensé que era rara, pero creo que a todos nos ha pasado alguna vez. No hemos sabido definirlo con palabras, porque depende del momento en el que estemos, de la persona que tengamos al lado, y sobretodo de nuestras vivencias. De la risa, el llanto, la alegría, la tristeza, los halagos, los reproches. Estoy segura de que el amor existe, tiene que existir, pero yo ahora no sé definirlo, o mejor dicho, no quiero definirlo. Es más sencillo pensar que eso que sientes es algo pasajero, para no hacerte ilusiones tontas que a la larga se pueden convertir en castillos de arena.
Pero el amor, cuando es de verdad, es algo fiero, que ruge, que desarma. Es una cena que termina entre sábanas con los cuerpos enredados. Es un vino compartido a altas horas de la noche. Un beso en los labios y en el cuello, que hace que te estremezcas de placer. Es una mano tendida para sujetarte fuertemente cuando lo necesitas de verdad. Un roce en el pelo, que lo significa todo. Libros en la mesilla de noche. Café a mitad de mañana. Esa ducha compartida que despierta los sentidos.
El amor es adrenalina pura. Es correr hacia la otra persona y saltar sabiendo que no habrá un vacío. Son silencios cómodos, sonrisas cómplices. Es que te saquen a bailar aunque no quieran o sepan, pero que por ser tú, lo hacen todo, porque eres tú y nadie más. Es sentir el otro lado de la cama caliente, el olor del otro, aunque no esté. Es dar y recibir. Es confiar mutuamente.
Porque el amor de verdad no lastima, no hiere, no duele, no hace sufrir aunque sea sin intención. El amor es...algo mágico.
El amor es esa luz en plena oscuridad. Una luz que se lleva tus sombras y te hace brillar en un salón lleno de gente.
El amor es todo eso y más. Y si no podemos describirlo con esas palabras, entonces, quizás, no sea verdadero amor.
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