Ayer fui a casa de mi abuela a comer, y como cada Semana Santa ella se puso a hacer rosquillas y pestiños. Esta vez fue especial, porque pude disfrutar de ver cómo mi abuela hace esas delicias con sus propias manos, sobretodo los pestiños que son de típicos de su tierra. Además siempre que paso tiempo con mi abuela, me cuenta alguna cosa de niñez, y como siempre, me quedo asombrada de sus recuerdos. En esta ocasión me enseñó uno de los utensilios que utiliza para amasar, que tiene algo muy especial...es un rodillo que era de su madre. En él se notaba el paso de los años y la cantidad de veces que había sido utilizado, y seguirá utilizándose.
Siempre me ha maravillado aquellas personas que pasan sus recetas a hijos y nietos para que así nunca se queden en el olvido. Ayer mi abuela me enseñó a hacer esas dos delicias, para que así yo pueda empezar a hacerlas. No es nada complicado, pero no es lo mismo que te lo digan de oídas y apuntarlo, que verlo con tus propios ojos. Porque cada maestrillo tiene su librillo, y mi abuela no iba a ser menos.
Hicimos pestiños y rosquillas para toda la familia, como siempre, porque mi abuela hace grandes cantidades. En casa duran dos días, por no decir que no duran nada, y como te descuides te quedas sin probarlos.
Juntas pasamos un rato maravilloso y eso fue lo mejor de todo. Habrá que repetir pronto con otras recetas, o sin ellas, lo importante es disfrutar de los momentos.
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